viernes, 25 de septiembre de 2015

La Santa Inquisición de nuestros días



Lo ocurrido con una adolescente de 16 años en un programa de talentos en la TV de Ecuador ha dado la vuelta al mundo. Es una excelente ocasión para detenernos a comentar cómo funcionan los resortes de la Santa Inquisición moderna, una institución laica conformada por los millones de creyentes adoctrinados por la Iglesia, gracias a sus invisibles tentáculos de manipulación mental, como son las costumbres y tradiciones religiosas incorporadas como parte de la vida de la sociedad a lo largo de siglos, y que están presentes incluso en los modelos de educación institucionalizados. 

Sin duda la niña, cuyo nombre es Carolina Peña, procedente de Quito, es un caso excepcional al no ser creyente. Sería interesante conocer cómo pudo librarse de la implacable maquinaria doctrinal que domina a la sociedad. Es una rara avis en medio de un mundo de zombies de la fe, cuyas mentes son amoldadas desde niños mediante el rezo, los mitos religiosos, las imágenes y otros muchos elementos religiosos que invaden diariamente la existencia humana en nuestros países, herederos de la Colonia que aun perdura en este ámbito, porque la independencia del poder español nunca se ocupó de la Iglesia Católica. 

La niña fue mal vista desde que afirmó ser autodidacta. Prácticamente la acusaron de pedantería al creerese autosuficiente. Pero la reacción fue mayor cuando en ese curso de recomendarle buscar ayuda, se le preguntó si creía en Dios. La niña dijo que no y las tres damas del jurado se le fueron encima. "¡Pues deberías! A ver si te hace el milagro" gruño una. "No todo se ve y de allí surge el amor a Dios" aseguró otra. La tercera se olvidó de su función de jurado de canto y le inquirió "¿por qué no crees en Dios?", subrayando que no la juzga. Carolina respondió con total naturalidad "No me ha dado eso de creer". A lo que la dama del jurado repuso: "¿y qué crees? ¿que de dónde venimos?". Al final dejaron el asedio sugiriendo que por su corta edad debe estar confundida. 

El espectáculo grafica bien lo que significa ser ateo en un mundo dominado por creyentes y donde se ha impuesto la idea de que los creyentes son mejores personas, solo por creer. Incluso los creyentes usan el término "ateo" como insulto. Y todo esto pasa en una sociedad donde se defiende la libertad de credos. Una libertad exigida por los creyentes para ellos mientras se la niegan a los no creyentes. Claro que por estos lares el acoso al impío considerado pecador no llega a castigarlo con la muerte, como aun ocurre en otros lados del planeta. Pero este avance se debe al logro de una república democrática, y a un Estado de derecho sustentado en leyes laicas. Es solo esto y no otra cosa lo que impide que los ateos sean lapidados o quemados por una masa de creyentes histéricos. Imaginen ustedes a esas tres damas del jurado multiplicadas por mil. La niña no hubiera salido viva del set.

Lo que vemos es claramente que los creyentes no son mejores en ningún aspecto debido solo a sus creencias. Peor aun, diría que son peores porque usan sus creencias como una máscara de bondad y un disfraz de superioridad moral, cuando no son ni uno ni otro. Más aun, habría que añadirle el componente de ignorancia que acompaña a todos aquellos que se explican la vida con un cuento infantil, como el de un mago creador, al estilo Harry Potter, que con un conjuro mágico hizo aparecer todo el mundo y el universo. Lo patético es que creyendo en esta clase de mitos anacrónicos y ridículos, hoy en día existan personas que se sientan no solo conformes sino superiores. Lo que demuestra pues que la religión lleva no solo a la ignorancia sino al error de creerse mejor. 

Ser creyente no otorga ningún carácter de superioridad moral automática. Al contrario, ser creyente da pie para justificar muchos actos inmorales, incluyendo el asesinato, como lo demuestran los países islámicos dominados por sectas fanáticas. Apelando a la voluntad de Dios se han cometido muchos crímenes. Plagas de asesinos en serie se han conformado para defender a Dios y su voluntad porque uno de los rasgos más nefastos de la religión es la generación de seguidores fanáticos capaces de cometer cualquier barbaridad en defensa de su dios. También hay infinidad de conductas desviadas y aberrantes en los creyentes, originadas en su seguimiento ciego a un dios, bien por el afán de cumplir su voluntad divina o porque tienen el convencimiento o deseo personal de agradar a su dios. En realidad se trata de patologías mentales.

La psicopatología de la fe es un amplio campo de la psicología que no ha podido despegar por la gran oposición y censura social a esta clase de estudios y revelaciones. Las conductas obsesivo compulsivas que llevan a constantes oraciones, invocaciones a Dios y otras conductas rituales, son socialmente aceptadas y hasta promovidas. La fe, que es en realidad una tara mental que elimina el criterio y la racionalidad para aferrarse a dogmas absurdos, está convertida en una cualidad o virtud digna de alabanza. Las crisis de histeria que genera la fe, llevando a actos exaltados de glorificación y alabanza al "creador" o a una imagen, son admirados y aplaudidos. Podríamos decir que incluso la esquizofrenia que lleva a escuchar voces asegurando que se trata de Dios, o a cometer acciones de violencia contra su propio cuerpo, bajo la creencia de que el dolor purifica y acerca a Dios, son actos vistos como piadosos y propios de santos. 

Es difícil escapar de la religión. El sistema de dominación está tan bien montado por la Iglesia que ni siquiera el más perverso régimen comunista ha logrado igualarlo. Se ha convencido a la gente de la necesidad de bautizar a los niños a temprana edad para que "gocen de la gracia de Dios". La educación ha sido totalmente pervertida por el adoctrinamiento religioso. La gran mayoría de los colegios privados, sean o no religiosos, cuentan con imágenes religiosas y practican rituales de fe. Los colegios religiosos son realmente centros de adoctrinamiento y lavado cerebral de donde salen "soldados de Cristo", según lo que le oí decir a un sacerdote que dirigía la oración matinal en el patio de un colegio cercano. Los infantes que deberían jugar y socializar en los nidos son también llevados a memorizar oraciones y practicar rituales religiosos como la procesión, sin que nadie proteste. Al contrario, lo aplauden. 

Frente a esta aplastante realidad social y cultural es sorprendente descubrir una joven como Carolina Peña, la valiente concursante ecuatoriana, que ha podido escapar de ese destino inexorable que espera a la gran mayoría. El acoso del que ha sido víctima felizmente ha merecido rechazo. Es muy poco lo que podemos hacer para salvar a las personas en esta clase de naciones dominadas por la religión, pero no podemos dejar de alegrarnos de que alguien, en medio de todo esto, haya logrado salvar su mente y demostrar que nadie necesita creencias absurdas, religiones enfermas ni dioses imaginarios para ser bueno y tener moral. 

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